La cadencia y sonoridad del exilio

Los exiliados somos propensos a reír mientras caminamos por las calles, calles que siempre serán ajenas, a despertar por las mañanas confundiendo las direcciones, creyendo que al cruzar la esquina te tropezarás con tus amigos del colegio, y hablarán sobre los días que nunca llegaron.

Los extranjeros somos gente que han desayunado con la pérdida, la pérdida de los sabores, olores y voces, aunque algunos días, solo algunos, un olor parece repetirse y un sabor te lleva de pronto a un pasado que ya no es, y escuchas en los pasillos, que no son tus pasillos, esas voces de antes que te contaban como sería la vida, cuando te sobraba futuro y tenías poco pasado.

Los inmigrantes somos personas que perseguimos alguna causa, pero no por ser cualquier causa, son cualquier cosa, entre los otoños que hacen que se caigan las cosas, se nos han caído muchas causas, y los motivos mueren lentos, como esas hojas que caen de los árboles, días antes del invierno.

Los despatriados nos sentamos en las plazas de estas ciudades que estuvieron planificadas sin nosotros, hablando en una banca con cualquiera, que no es cualquier persona, pisando las hojas secas del otoño, sobre las cuales solíamos escribir nuestras motivaciones antes del invierno.

Los desterrados nos sentamos algunos domingos cuando no se trabaja, lo mismo que equivale a sentarse un miércoles, porque los días perdieron su ritual, y da igual un lunes ocho de diciembre que un martes primero de febrero cuando es el año nuevo chino.

Nos sentamos debajo del árbol que estuvo antes que nosotros, y seguirá allí cuando ya ni exiliado seremos, cuando la extranjería ya no nos defina, cuando no seamos los hombres y mujeres que pensamos en palabras, cuando los días que nunca llegaron y los de siempre sean lo mismo, cuando ya no existan novelas donde escribir nuestras angustias, el otoño seguirá siendo otoño y el invierno quizás menos frío por el calentamiento global, y este seguirá calentando, porque en la primavera se seguirán cayendo las cosas, aun después de que ni siquiera la palabra exilio nos posea.

Los exiliados buscamos un hogar en las palabras, cuando éstas se dejan habitar. aunque a veces a ellas justo en otoño se le caen los muebles y los cuadros, te dejan con la misma vulnerabilidad de sus puertas abiertas. 

Neart Vicuña.

* Publicación inédita escrita para Café Subjetivo.

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