El Joker y el malestar del sujeto

“¿Qué es lo que obtienes cuando te cruzas con un solitario enfermo mental en una sociedad que lo abandona y lo trata como basura?”

Arthur Fleck – El joker

El Joker es un personaje caracterizado por ser el villano perverso que busca dividir a los otros, producir caos y crear la anarquía sin verse afectado por lo que hace. Sin embargo, en esta última versión cinematográfica es mostrado como un sujeto con un discurso y una voz que quiere decir algo; un sujeto que se angustia, que sufre, que padece y que posee un malestar.

¿Por qué el Joker?

Joker se traduce como el bromista o el gracioso. Arthur Fleck tiene una enfermedad mental que le hace reír sin control. Es una risa que le sobrepasa, que él quiere controlar pero no puede hacerlo y se manifiesta en momentos de profunda angustia y malestar del personaje.

Cito una línea de su discurso: “mi madre siempre me decía que sonría y ponga cara de feliz, ella me dijo que tenía un propósito, traer risas y alegría al mundo.”

Esto me parece que podría arrojar un dato importante en el porqué de esta risa, no para culpabilizar la madre, sino más bien como algo que pudo tomar el sujeto de su historia, como hacemos todos los sujetos, algo del discurso del otro, que le permita fabricarse “un nombre” como por ejemplo “el bromista”, “el gracioso”, “el joker”. 

Arthur Fleck no es escuchado por las personas que lo rodean, por sus semejantes, ni por especialistas de la salud mental. En una consulta con su trabajadora social dice: “¿no escuchas verdad?, simplemente haces las mismas preguntas todas las semanas:¿cómo está el trabajo?, ¿tienes pensamientos negativos?”

El malestar del sujeto y la salud mental

“Todo lo que tengo son pensamientos negativos” esta línea resonó en mí hasta el punto de conmoverme. En mi experiencia clínica trabajando en instituciones que se dedican a la “salud mental” me he encontrado precisamente con que la mayoría de los profesionales encargados de trabajar con el malestar subjetivo estamos tomados por un discurso médico y científico, dándole trato de objetos de estudio a los pacientes que acuden a consulta.

Los especialistas pretendemos hacer ciencia con sujetos angustiados, basándonos en parámetros para definir lo que es un sujeto sano, resaltar lo anormal o patológico. Mientras tanto, el paciente permanece allí sin ser escuchado, sin ser dignificado como sujeto.

En este sentido, sometemos a ese sujeto a una serie de preguntas preestablecidas que ofrecen los manuales de entrevistas clínicas. Los protocolos de evaluación que miden “absolutamente todo” del sujeto, pretendiendo no dejar nada sin explicar; producen un efecto de abandono, cansancio, aumento de la angustia, o en el caso del personaje de la película un desencadenamiento y pérdida del control

Después de este largo proceso de evaluación, se espera que con el comienzo del tratamiento se escuche el malestar del sujeto. La realidad es otra.

Los problemas personales no son chistes

Me parece curioso que el cine como manifestación artística y vía para tramitar las preguntas que tenemos los seres humanos, está siendo utilizado para hablar sobre un malestar que hay en la cultura. Es un malestar de la sociedad contemporánea cuyos sujetos se niegan a escuchar las angustias singulares.

Los profesionales de la salud mental, asumen que los síntomas son un enemigo que hay que acallar porque no le permiten a los sujetos funcionar o ser funcionales en la sociedad. Entonces, seguimos sin escuchar.

Parece que los profesionales quedamos impedidos a escuchar el malestar del sujeto, metiéndolos en una línea de comportamiento, en una categoría diagnóstica, tratamiento, medicamento, plan de intervención etc., un todos por igual como una especie de recetario, donde cada uno de los sujetos tiene que entrar en los intereses sociales. Ante la tendencia a dar soluciones sencillas e inmediatas a los asuntos humanos, lo cual es imposible nos lleva a reflexionar y a seguir pensando: ¿cómo podemos escuchar si queremos acallar lo que nos trae el paciente?

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